lunes, 28 de febrero de 2011

El té de la tarde (cuento 2° puesto Feria del libro zona Huancayo)

El té de la tarde
Por: César Palacios

Luego de perder su último trabajo, Pilar caminaba con sus ahorros en el bolsillo buscando un lugar dónde desayunar. Las mañanas eran frías en Valencia, la navidad de 1955 aún se respiraba en enero, por las calles y tiendas se lucían adornos gastados y maltratados por la lluvia. Pilar entró a una cafetería de la calle Teruel. Cinco meses después, tomaría desayuno por última vez en el mismo lugar. Las mismas tostadas con mantequilla y un café con leche.

El primer mes le resulto sencillo sobrevivir. Encontró un cuarto barato en la misma calle Teruel, el desayuno en la cafetería costaba unos centavos y nunca se imaginó que se le haría tan difícil encontrar trabajo. Los días pasaban rápidos entre recorrer las casas, tiendas y mercados, donde buscaba alguna ocupación temporal que nunca llegó a encontrar. Fue en una de esas largas caminatas por el centro de Valencia que se encontró con su patrón anterior. Él era un charcutero famoso en la ciudad, junto con su esposa habían logrado una considerable fortuna que se acrecentaba cada día. Hasta que murió su esposa. Pilar fue testigo privilegiado de la desgracia de aquella familia.

Pilar trabajó en la casa de los charcuteros Villanova Pascual desde 1950. Era buena en las tareas del hogar a pesar de su corta edad. El patrón era amable con ella, le daba dos o tres días libres adicionales, a diferencia de las empleadas de los vecinos, porque no tenían hijos que cuidar. Los fines de semanas se dedicaban solo a revisar las cuentas semanales de la charcutería. Los pocos sábados o domingos que necesitaban de los servicios de Pilar solían ser cenas recatadas y austeras para unos pocos amigos de la familia. A Pilar le gustaban estas reuniones, el patrón se ponía su traje de gala, la cena era deliciosa y la invitaban a sentarse con los invitados. Pilar se sintió avergonzada la primera vez que le pidieron que se quede a cenar en el comedor, pero era joven, hermosa, su sitio estaba con los invitados y no en la cocina.

La esposa del patrón no era tan amable como él. Le daba tareas de jardinería en la madrugada, era exquisita con la manera en que se debe lavar la ropa y a veces le pedía ayuda para los mandados de la charcutería. El patrón, el señor Enrique Villanova, solía librarla de esos quehaceres con la excusa de que debería hacerlo un experto en jardinería, o alguien que envíe los paquetes de la charcutería. Pilar pensó que la señora estaba en su contra, que estaba comenzando a ser una molestia.
Pilar quería tener una casa como esa, un negocio tan próspero como la charcutería Villanova y sobretodo un esposo como el señor Enrique. No deseaba ser una chacha toda su vida. Solo había una manera de conseguirlo.

Pilar desayunaba en la cafetería de la calle Teruel, que frecuentaba todos los días desde que perdió su empleo en la charcutería. Estaba desempleada hace tres meses y los ahorros que le quedaron luego de su último trabajo ya estaban viendo el fondo de la caja donde estaban guardados. En esta cafetería se juntaban otras empleadas, con las que compartía el tiempo, charlaban, se reían. Una mañana conoció a Amanda, empleada de la calle Isabel la católica. No solo tomaban café con leche por las mañanas, también solían caminar juntas por la playa y esperar que algún sujeto agradable entre a la cafetería y se enamore de ellas. En marzo de ese año los ahorros de Pilar estaban por acabarse. Le contó a Amanda que estaba pasando por una crisis, que le debía un mes al dueño del cuarto donde estaba viviendo y que necesitaba trabajar lo más pronto posible.

Amanda era cocinera en la casa de los Berenguer desde hace seis años y siempre, en esa casa, había dos empleadas. Una cocinera y otra encargada de los demás trabajos hogareños como barrer o regar el jardín del frente. La última empleada, compañera de Amanda, había tenido un hijo y se mudó con su familia a otra ciudad. Amanda convenció a Pilar para que fuera esa misma tarde a conocer a la familia Berenguer y postular para el puesto que necesitaba. Luego de almorzar, Pilar se alistó con la ropa de trabajo de la casa anterior y en el bolsillo de su delantal encontró un tubo de ensayo con trocitos de su pasado. Era algo de Diluvión, un hormiguicida que usó a menudo en la casa donde trabajó hace tres meses. La mañana de la entrevista, en la cafetería de la calle Teruel, se encontró con Amanda, caminaron por la plaza del Marqués, antes de entrar a la calle Isabel la católica. La casa estaba al final de la primera cuadra, Amanda abrió la puerta, cruzaron el jardín de dalias y siemprevivas hasta la sala. Amanda subió las escaleras hasta la habitación de Manuel Berenguer. Pilar se quiso sentar en el sofá que estaba al lado de la chimenea, pero la detuvo una repisa con condecoraciones del hospital general de Valencia. Atrás de la medalla había un espejo que aprovechó Pilar para peinarse. Era una joven atractiva, piel lozana y ojos marrones como café bien cargado. En el reflejo, Amanda y un señor en terno bajaban las escaleras. Pilar volteó con prisa, saludó con una reverencia y se acercó hacia Manuel Berenguer. El señor Berenguer solo hizo preguntas sobre la experiencia que tenía en las tareas del hogar, si sabía de jardinería y si era católica. Con las recomendaciones de Amanda, el señor y señora Berenguer contrataron a Pilar.
Pilar recogió las pocas cosas del cuarto donde vivía, con lo último de sus ahorros pagó el mes que debía y ese fin de semana se instaló en la casa de los Berenguer. Mudarse a la casa de los charcuteros Villanova Pascual le fue más difícil que a la de los Berenguer, no sabía que ropa elegir y tuvo que comprar una cama nueva. No conocía esa parte de la ciudad, por primera vez se deslumbró con las piletas de la plaza del Marqués, con la iglesia del sagrado corazón y el cine Babel en la calle Beniparrel. El señor Enrique Villanova la recibió en la puerta de la casa, la hizo entrar hasta la sala donde tenía macetas de dalias, la acompañó hasta su cuarto y cargó la maleta. El señor Enrique le enseñó todas las habitaciones de la casa, le explicó las tareas que debía realizar y los horarios de almuerzo y cena, los señores desayunaban en la charcutería. Para Pilar le fue sencillo adaptarse a su nueva vida, trabajar entre casas con jardines tan grandes y los primeros automóviles de la ciudad. Los primeros años se fueron sin problemas, hasta que la señora Villanova Pascual le pidió ayuda en la charcutería. El señor Enrique había viajado y Pilar no sabía lo que era ayudar en la charcutería. La señora envió a Pilar a recoger el papel para envolver la carne y a cobrar a unas cafeterías y restaurantes de la calle Teruel. Pilar regresó cuando las fuentes de la plaza dejaban ver sus crestas de agua. Toda la semana que el señor Enrique estuvo fuera de casa Pilar tuvo que hacer mandados, barrer la charcutería y limpiar la trastienda. En la casa tenía que lavar la ropa, preparar la comida y cuidar las flores. Cuando regresó el señor Enrique contrató a una persona que haga los mandados y a un jardinero. Pilar se pudo dedicar a las tareas del hogar. La señora Villanova ordenaba a Pilar que ayude al jardinero, y por órdenes del señor, el jardinero no le daba tareas mayores a Pilar.

Pilar aprendía sobre jardinería, como proteger a las macetas de las hormigas, cortar las hojas secas de las rosas y limpiar las hojas de los cartuchos con un poco de leche tibia. El señor Enrique invitaba a Pilar a pasar los fines de semana en la casa y con sus amistades, a diferencia de las empleadas de las casas vecinas que pasaban los sábados y domingos con sus familias o en un hotel cercano para que puedan ubicarlas si las necesitaban con urgencia. Fue entonces que la señora Villanova comenzaba a gritar por todo y Pilar a soñar con el señor Enrique.

Una mañana la señora Villanova enfermó. Los médicos no sabían que era lo que tenía, le tomaban muestras de sangre, escuchaban sus latidos y limitaron su comida. La primera semana la señora Villanova no se podía levantar por un dolor en las piernas. Los doctores le recetaron una medicina que debía tomarla por las noches junto con el té. Pilar se lo llevaba a la hora indicada, si no lo hacía la señora daba gritos y se quejaba con el señor Enrique. Pilar no quería quedar mal con su patrón y preparaba el té con mucho cuidado, echándole las gotas exactas y un toque especial de sabor que había aprendido semanas atrás. La señora tomaba su té todas las noches, Pilar la acompañaba a pesar de sus gritos y el señor Enrique pasaba menos tiempo en el trabajo y buscaba a los mejores médicos de Valencia. En pocos días la señora empeoró, dormía cuatro o cinco horas más y necesitaba ayuda para tomar el té de las noches. Pilar preparaba el té cada noche con cuidado y con pequeños trocitos de Diluvión, un hormiguicida que tenía una pequeña cantidad de arsénico. Estaba dando resultado, la señora empeoraba cada día, cuando muera el señor Enrique se quedaría solo, y Pilar podría tomar el lugar que merecía en esa casa.

Los doctores vieron por conveniente que la señora Villanova fuera internada en el hospital de Valencia, uno de los médicos más reconocidos, el doctor Berenguer, iba a revisar el caso de la señora Villanova. Cuando Pilar se enteró de la decisión del señor Enrique, aumentó la dosis de Diluvión. Sacó de la jardinería un tubo de ensayo lleno del hormiguicida y lo puso todo dando golpecitos al fondo del tubo. Esta última dosis fue mortal. Antes de que amanezca la señora Villanova perdió la vista, luego no podía mover las piernas y al final murió dando convulsiones.
El señor Enrique vendió la charcutería, la casa y planificó unos viajes que jamás pudo concretar. Pilar fue despedida y por esos cinco años de servicio recibió cinco meses de sueldo. Tuvo que salir de la casa y vender sus pocas pertenencias.

Pilar pasaba mucho tiempo en la sala donde conoció al señor Manuel Berenguer, limpiaba las condecoraciones del hospital de Valencia y aprendía a tejer con la señora Liliana. Todos los domingos iban a las seis de la mañana a misa en la iglesia de la plaza del marqués. A Pilar le parecía que su vida comenzaba de nuevo. Podría trabajar ahí mientras esperaba en la cafetería, junto con Amanda, que un hombre apuesto llegue a su vida. Pilar pensaba que debería casarse con un hombre amable, próspero, quizás un médico, como el señor Berenguer.

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