miércoles, 29 de diciembre de 2010

Como un cuento de Ribeyro


Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico
Mario Benedetti

Hoy amaneció nublado, sin sol, y el cielo con esa extraña manía de llorar por todo. El desayuno de siempre se pasa por el tubo de siempre, se lava el plato y la taza, luego se guarda en el lugar de siempre. El televisor muestra a la misma presentadora de noticias con el mismo corte de cabello y los mismos problemas nacionales. Dos candidatos a presidente no quieren debatir por miedo a demostrar su ignoracia; alguien se salva de morir no sé cómo, no sé dónde; y comerciales. La mañana en que te dije "buen viaje" me sentí como perdido, como Hércules ante su primera prueba para ser un héroe. El secreto de sus ojos, gran película para un martes por la mañana encerrado entre cuatro paredes, que si hablaran... Yogurt, café, pan con queso y jamón.
Te espero, con aquella canción que habla de soñar contigo y angustias no resueltas. Soñar no cuesta nada. Ps3 y esperar. Un par de viejas locas hacen brotar espontaneas risas a pesar de haber leído "Cuando no sea más que sombra" con anterioridad. Sé que son de la colección de Silvio en el Rosedal, pero lo leo con unos cigarros en la boca, y tú, ausente por tiempo indefinido.
La tarde y la noche se pierden en la nada y duran lo que tarda en llegar, otra vez, el nuevo día, en volver a preparar el desayuno, el yogurt, el café, el pan con queso y jamón, los intentos con la Ps3, la película que toca.
Esta noche no he dormido, no sé si es porque te esperaba o por el insomnio. En cualquiera de los dos casos, el café tiene la culpa. Por la noche, me alisto, quedo con mi hermano y un amigo para caer en nuestras pulsiones ludopáticas. Me alisto para salir, casaca para la lluvia y dos monedas para las apuestas. Un Marlboro para el camino. Llego. Juego. Pierdo. Vuelvo. Espero. El mensaje llega a las 5:35am al son de los embajarodes criollos y un ahí ahí en la radio que quedó encendida toda la noche y me acompaña a la fuerza por no poder moverse. El insomnio se va, pongo algo del sueño bajo la cama y otro poco lo dejo entre las sábanas. Me levanto no sé bien por qué, voy al baño, apago la radio y enciedo la tv. El sol ha salido. Ha llegado.
Despierto a todos en la casa con mis tempranísimos andares en sandalias, con el jugo de papaya, con la estática del estabilizador del reuter y esas cosas que hago cuando estoy de buen humor y creo que han encontrado al abominable hombre de las nieves en La Oroya o si viera a Don Diego Santos de Molina liarse a golpes con un Gavilán en la chingana que está frente a mi casa.
Son dos gatos la escusa perfecta para irrumpir en tu mañana, acercarme, verte, sentirte, besarte quizás. Y solo puedo jugar con las posibilidades, serán pequeñas gatitas romanas, ojos verdes, ojos azules, ojos como los tuyos puestos en exhibición tras vidrios que tornan verde, como ojos de gato, la luz del sol. Tocaré la puerta o el timbre y nadie abrirá la puerta. Como un final efectista, todo será un sueño y nunca habré escrito nada, ni leído nada, ni jugado nada. Entraré a la sala bajo el anacrónico árbol de ciruelas que da frutos cuando quiere y nos regala sus flores como pequeños huesitos de papel solo en noviembre, por esos días en que no puedes verlas; y pasaré a esa estancia dividida en dos: sala-bodeguita, y contemplaré tus lentes que resbalan por tu nariz e intentaré acomodarlos sin que agaches la cabeza para poder averiguar, de una buena vez, si es que te molesta que lo haga. Tomarás un gato entre los brazos como se toma a un bebé, y lo acariciarás con la delicadeza de quien limpia y protege de rayaduras un disco de vinilo, tomaré tu mano y me dirás su nombre: Macarena. Tal vez salgas con el segundo gato en brazos hacia el pórtico y no pasaremos por el pequeño jardín que, con la compañia adecuada, podría convertirse en el Rosedal. Hablarás de tu último viaje, yo hablaré de los románticos y desopilantes capítulos de los Simpsons que he visto con tanto tiempo libre, me dirás el nombre del gato: Cleopatra. Tocaré y tu papá o tu mamá me dirán que estás dormida, o que espere, o que simplemente no estás. Me esperarás en la puerta, correré a por tí y sin que te des cuenta te abrazaré furtivamente. Me meterás terror. Saldrás y preguntarás ¿quien eres?, No nos han presentado todavía, pero soy tu enamorado, mucho gusto...¿cómo te llamas?. Y será lo más idiota que he pensado jamás. Luego pensaré en "La señorita Fabiola".
Te veré, saldrás y Cleopatra y Macarena nos verán extrañadas desde el alfeizar, o desde tu cuarto, o desde el ciruelo cuando te diga que te quiero y tu respondas.