miércoles, 15 de mayo de 2013

Al cruzar la calle


   Por: César Palacios


“La creación de un agujero negro sucede luego
de algo realmente trascendente. La muerte de
una estrella. Entonces, nada puede escapar
ni siquiera la luz”
Historia del tiempo – Stephen Hawking


         La noche en que Brunela salió a comprar pastillas para el mareo se fue la luz en toda la ciudad por unos minutos. Quizás su mamá ya estaría muerta o a punto de estarlo. Brunela contaba el vuelto y servía agua hasta la mitad de un vaso de plástico transparente. Decidió por fin esperar dos minutos más, mientras regresaba la luz. Ella regresaba por el mismo camino por el que había llegado a la farmacia, hasta el edificio donde estaba su casa. En la puerta de la farmacia tomaba el Dramamine, intentado distinguir las estrellas entre el cielo nublado de setiembre y recordar la razón principal de por qué quería matar a su mamá. Recordó primero las instrucciones que le dio a su enamorado. Ella había hecho todo tal cual lo habían planeado semanas atrás. Bajó del departamento del cuarto piso aludiendo que tenía cólicos menstruales, que luego se convirtieron en verdaderos mareos. Le pidió al portero que vaya a comprar unas pastillas. Cuando el portero desapareció en la esquina, su enamorado cruzó la calle, entró en el departamento y recibió las llaves de la casa de las manos de Brunela. Él subió corriendo por las escaleras. El portero volvió luego de que Brunela ya no escuchaba los el correr pesado de su enamorado sobre las escaleras. Le dijo que la farmacia ya estaba cerrada. Brunela sintió los primeros mareos y le dijo al portero que no había problema, que iría ella misma por las pastillas. Hasta ese momento todo iba conforme al plan.

Brunela casi adivinaba sus pasos entre la oscuridad. Apoyada en la pared, avanzaba despacio y tanteando con el pie su camino para no tropezar con uno de los muchos agujeros de la vereda. Antes de voltear la esquina intentó ver las estrellas una vez más. Un círculo hecho de nubes solo dejaba ver un cielo oscuro, negro, sin ninguna estrella ni luz a la vista. Brunela comenzó a imaginar algunos escenarios de cómo su enamorado mataría a su mamá. Ella le dijo que tenía que ser rápido. Podría usar un martillo de la caja de herramientas que nunca usan, o uno de los cables telefónicos que dejó el técnico que arregló el internet dos días atrás. Brunela pensó que su enamorado ya debería haber terminado, y para ese momento estar escondiendo el cadáver en el baño, como señalaba el plan. Recordó la sonrisa que su enamorado hizo cuando ella le dijo que no era una broma, que si él la quería de verdad, debía ayudarla. Brunela sentenció esa frase, dirigiendo su mirada a un horizonte invisible, diciendo “No es posible que mi mamá me haga algo así y se quede tan tranquila”

Para cruzar la pista y llegar a la puerta del edificio tenía que ser cuidadosa. Había un buzón sin tapa en algún lugar en medio de la pista, pero no recordaba dónde. Al pasar sobre el sardinel, la luz volvió parpadeando a los postes que demoraron unos segundos en encender por completo y con toda su intensidad. Brunela esperó a que se ilumine la calle.

A dónde escaparían fue lo último de lo que hablaron ella y su enamorado. Cualquier lugar de la selva estaría bien para Brunela. Nunca había ido y no conocía a nadie de cualquier ciudad de la selva. Él sugirió otro país. Brunela insistió que era una idea estúpida y nunca se decidieron por un lugar en concreto al cual escapar.

Al ver el buzón sin tapa apareciendo a unos metros de ella, en medio de la pista, tuvo un chispazo en la cabeza que le hizo pensar que esa sería una buena manera de esconderse, de escapar. Desaparecer. No metiéndose en el buzón y esperar años y años. Sino volviéndose invisible como el buzón sin tapa en medio de la oscuridad. Nadie sabe dónde está a simple vista. Buscarlo es peligroso. La única manera de encontrarlo es tropezar con él. Caerse. Incluso, si lo encuentras, tal vez no puedas salir.

Brunela cruzó la calle recién iluminada. El portero la dejó pasar mientras preguntaba, si ya se sentía mejor, sin conseguir respuesta. Subió corriendo las escaleras, sacó las llaves de su bolsillo y trató de no hacer ruido al entrar.

Por fin regresas, dijo su mamá al verla asomarse a la cocina. Josecito me ayudó a buscar las velas y a ponerlas sobre en la mesita. Se ven lindas, como estrellas, en medio del apagón. Luego le invité un cafecito y charlábamos que quieres ir a la selva.

Brunela ocultó su decepción con media sonrisa. Apagó las luces de la cocina intentando desaparecer, pero las velas seguían encendidas.

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