sábado, 21 de noviembre de 2015

Aviones en febrero

            Después que el cuarto avión de papel entro por la ventana del departamento deshabitado debajo del suyo entendió que no sería sencillo completar su objetivo y estuvo a punto de rendirse.
André estaba enamorado de su vecina. La del departamento del segundo piso. Cada tarde pasaba al menos dos horas viéndola desde su ventana en el último piso del edificio. Vivían en un condominio pequeño con un patio en común que también servía como un gran tragaluz por el cual todos los vecinos conocían al menos la cara de los otros viendo indiscretamente o con descaro hacia las otras ventanas. André prefería estar lejos de las luces del alumbrado público y pasar las noches mirando las estrellas con su vetusto telescopio desde la misma ventana por la que miraba a su vecina cuyo nombre no conocería jamás. Los primeros intentos de acercamiento a su vecina fueron tocar el timbre, pero al escuchar pasos cerca del otro lado de la puerta corría hacia las escaleras para que cuando ella abra la puerta no lo encuentre parado afuera de su departamento. Intentó también robar los recibos de teléfono, pero tenía miedo del portero alto y gordo que los recibía cada vez que llegaban al condominio.
Al llegar el verano André tuvo una idea que derivó, de romántica iniciativa en una catástrofe para sus vecinos, por culpa de su puntería mal afinada. Aviones de papel. El calor de febrero dejaba pocas opciones para mantener frescos los departamentos del condominio, ni uno solo contaba con un sistema de aire acondicionado y tenían sus ventanas abiertas incluso por las noches. Luego de unas noches mirando las constelaciones que conocía de memoria decidió hacer una práctica de media noche. Tomó una hoja en blanco y la dobló de la única manera que conocía para hacer un avión. Dos dobleces que generan un triángulo al frente, luego por la mitad y otros dos dobleces para las alas. Se acercó a la ventana, apuntó y soltó el avión cuando no soplaba el viento. El avión descendió caprichosamente por el tragaluz, después de dos vueltas a la altura del cuarto y tercer piso, aterrizó en el alfeizar de la ventana a la que había apuntado. Sencillo, pensó André, sin saber lo que pasaría en los próximos días.
En el primer avión escribió un simple te quiero, te observo de lejos como a una estrella. André. Se arrepintió de no haber escrito su número de teléfono en lugar de su nombre. André era un nombre común y él no era el único con ese nombre en el condominio. Y fue el otro André del edificio quién recibió el avión. No volvieron a verse directo a los ojos nunca más desde aquel día. El segundo avión tenía su número de teléfono y un ¡Llámame! Lo lanzó de noche para tentar su suerte inicial. Pero el avión terminó en el alfeizar de una de las ventanas del tercer piso. André no se enteró, pero el dueño del departamento en el que cayó el segundo avión tumbó una maceta sobre la tapa de un desagüe al abrir la ventana para tomar el avión de papel. Del desagüe por las noches salían ratas que invadieron el condominio casi por completo. Una rata mordió a Fufi, el perrito de la gorda del tercer piso. Tuvieron que sacrificarlo al no detectar a tiempo la rabia que la rata le había contagiado. En uno de los muchos matrimonios, a los que la vieja del primer piso solía asistir, al sacar un pañuelo de su cartera encontró una rata y del susto la lanzó sobre la novia acabando con la diversión al instante. El tercer avión tenía muchos corazones de colores y una declaración de amor que André creyó de una quinceañera. El avión cursó una trayectoria imposible hasta el departamento del mecánico. La esposa encontró la carta, le dio un ataque de celos y se divorciaron al poco tiempo.
El cuarto avión se quedó en el departamento deshabitado y con las ganas de André de escribir versos románticos con corazones. En una hoja en blanco puso su nombre, el número de su departamento y Te estoy esperando para ver juntos el cielo por las noches. Eres el sol de mis días. Te quiero. Hizo el último avión de papel. El quinto avión llegó a la ventana de ella. André esperó unos minutos a que ella lo recoja. Ella se asomó a la ventana como si buscara algo. Encontró el avión en el alfeizar de la ventana, lo leyó y regresó hacia adentro del departamento. André se sentó en su sillón a esperar a que ella llame a su puerta.


Mabel buscaba un papel que no sirva para encender otra hornilla en su cocina. Se le habían acabado los fósforos. Encontró un avión de papel en su ventana, lo leyó. No era nada importante. Volvió a la cocina, encendió la hornilla con el avión y botó a la basura lo que quedó de él.

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