Después que el cuarto avión de papel entro por la ventana
del departamento deshabitado debajo del suyo entendió que no sería sencillo
completar su objetivo y estuvo a punto de rendirse.
André estaba enamorado de su
vecina. La del departamento del segundo piso. Cada tarde pasaba al menos dos
horas viéndola desde su ventana en el último piso del edificio. Vivían en un
condominio pequeño con un patio en común que también servía como un gran
tragaluz por el cual todos los vecinos conocían al menos la cara de los otros
viendo indiscretamente o con descaro hacia las otras ventanas. André prefería
estar lejos de las luces del alumbrado público y pasar las noches mirando las
estrellas con su vetusto telescopio desde la misma ventana por la que miraba a
su vecina cuyo nombre no conocería jamás. Los primeros intentos de acercamiento
a su vecina fueron tocar el timbre, pero al escuchar pasos cerca del otro lado
de la puerta corría hacia las escaleras para que cuando ella abra la puerta no
lo encuentre parado afuera de su departamento. Intentó también robar los
recibos de teléfono, pero tenía miedo del portero alto y gordo que los recibía
cada vez que llegaban al condominio.
Al llegar el verano André
tuvo una idea que derivó, de romántica iniciativa en una catástrofe para sus vecinos, por
culpa de su puntería mal afinada. Aviones de papel. El calor de febrero dejaba
pocas opciones para mantener frescos los departamentos del condominio, ni uno
solo contaba con un sistema de aire acondicionado y tenían sus ventanas
abiertas incluso por las noches. Luego de unas noches mirando las constelaciones
que conocía de memoria decidió hacer una práctica de media noche. Tomó una hoja
en blanco y la dobló de la única manera que conocía para hacer un avión. Dos
dobleces que generan un triángulo al frente, luego por la mitad y otros dos
dobleces para las alas. Se acercó a la ventana, apuntó y soltó el avión cuando
no soplaba el viento. El avión descendió caprichosamente por el tragaluz,
después de dos vueltas a la altura del cuarto y tercer piso, aterrizó en el
alfeizar de la ventana a la que había apuntado. Sencillo, pensó André, sin
saber lo que pasaría en los próximos días.
En el primer avión escribió un
simple te quiero, te observo de lejos
como a una estrella. André. Se arrepintió de no haber escrito su número de
teléfono en lugar de su nombre. André era un nombre común y él no era el único
con ese nombre en el condominio. Y fue el otro André del edificio quién recibió
el avión. No volvieron a verse directo a los ojos nunca más desde aquel día. El
segundo avión tenía su número de teléfono y un ¡Llámame! Lo lanzó de noche para tentar su suerte inicial. Pero el
avión terminó en el alfeizar de una de las ventanas del tercer piso. André no
se enteró, pero el dueño del departamento en el que cayó el segundo avión tumbó
una maceta sobre la tapa de un desagüe al abrir la ventana para tomar el avión de papel. Del desagüe
por las noches salían ratas que invadieron el condominio casi por completo. Una
rata mordió a Fufi, el perrito de la gorda del tercer piso. Tuvieron que
sacrificarlo al no detectar a tiempo la rabia que la rata le había contagiado. En uno
de los muchos matrimonios, a los que la vieja del primer piso solía asistir, al
sacar un pañuelo de su cartera encontró una rata y del susto la lanzó sobre la
novia acabando con la diversión al instante. El tercer avión tenía muchos
corazones de colores y una declaración de amor que André creyó de una
quinceañera. El avión cursó una trayectoria imposible hasta el departamento del
mecánico. La esposa encontró la carta, le dio un ataque de celos y se
divorciaron al poco tiempo.
El cuarto avión se quedó en
el departamento deshabitado y con las ganas de André de escribir versos
románticos con corazones. En una hoja en blanco puso su nombre, el número de su
departamento y Te estoy esperando para
ver juntos el cielo por las noches. Eres el sol de mis días. Te quiero.
Hizo el último avión de papel. El quinto avión llegó a la ventana de ella.
André esperó unos minutos a que ella lo recoja. Ella se asomó a la ventana como
si buscara algo. Encontró el avión en el alfeizar de la ventana, lo leyó y
regresó hacia adentro del departamento. André se sentó en su sillón a esperar a
que ella llame a su puerta.
Mabel buscaba un papel que
no sirva para encender otra hornilla en su cocina. Se le habían acabado los
fósforos. Encontró un avión de papel en su ventana, lo leyó. No era nada
importante. Volvió a la cocina, encendió la hornilla con el avión y botó a la
basura lo que quedó de él.
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